sábado, febrero 24, 2024

Critica de ‘El caso Fischer (Pawn sacrifice)’: El día que encontré a Bobby Fischer

Las criticas de Carlos Cuesta: El caso Fischer (Pawn sacrifice)

Siempre he lamentado no tener la paciencia necesaria para jugar al ajedrez, aunque cada vez estoy más convencido de que lo que me falta es la capacidad de gestionar la violencia de los conflictos y de soportar la agresividad mental de un contrincante. Lejos de percibir el ajedrez como un deporte aburrido, restringido a los intelectuales, siempre lo comprendí como un ejercicio de resistencia física, templanza y voluntad. Creo que por eso, y por la costumbre que había en mi familia de jugar al ajedrez, que la película Buscando a Bobby Fischer me marcó de tal manera. Con los años, una sensación especial me recorre el cuerpo cuando oigo hablar de esta extravagante celebridad. En la película de Steven Zaillian, este ajedrecista era una especie de sombra lejana, un referente para otro protagonista. El caso Fischer, en cambio, pone un rostro definido al personaje en la interpretación magistral de Tobey Maguire. 
No es extraño hablar de la Guerra Fría como una gran partida de ajedrez entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. En esa pugna estratégica, ninguna de las dos potencias dudó en sacrificar a sus peones en lo bélico ni en lo deportivo. De ahí se supone el nombre de El caso Fischer en su versión original, que sería traducido como El sacrificio del peón, un biopic sobre Bobby Fischer que recupera la partida simultánea que este hombre jugó contra sus episodios paranoicos, su falta de sociabilidad y por supuesto contra el campeón soviético Boris Spassky (Liev Schreiber). La producción dirigida por Edward Zwick lo tiene todo para atraer al espectador y se le puede conceder el mérito de entretener, apasionar e inquietar, gracias a la gran actuación de Maguire pero también a un equilibrio notable entre el drama y la acción, entre el tiempo dedicado a las debilidad del personaje y a sus proezas.

El caso Fischer es posiblemente la mejor actuación de Maguire, gracias a la expresión circunspecta pero inteligente y profunda de su rostro; a su lenguaje no verbal y a su forma de moverse; a la manera de meterse en la piel de un hombre al mismo tiempo absolutamente seguro para el ajedrez y totalmente acobardado sobre el tablero de un mundo que nunca llegó a interesarle. Ante tal exhibición del actor, su compañero Liev Schreibe ya hace bastante en tener el tipo y ofrecer a un Spassky que basa su caracterización en el silencio resignado de otro instrumento de la gloria soviética. Al final, ambos comparten un mismo rango: reyes en el ajedrez y peones en la vida.

La película trasciende los méritos de sus protagonistas gracias a una utilización eficaz de los sonidos y la música como soporte ideal de la psicología de los personajes, combinada con una utilización ágil y potente de los primeros planos. La estructura narrativa de la película no está exenta de la estrategia propia de un ajedrecista. Zwick transporte con acierto al cine la escritura del guión de Steven Knight y del relato de Stephen J. Rivele y Cristopher Zilkison; conscientes de no poder ganar esta partida tan solo con la baza del drama, han jugado con el humor. El conjunto pierde en consistencia pero gana en entretenimiento y hay quien lo agradecerá. Yo considero que ciertas licencias cómicas son demasiado complacientes con el espectador.

Algún efecto especial temprano nos hace temer una réplica de Una mente maravillosa. Lo cierto es que El caso Fischer es capaz de distinguir su historia de paranoia con respecto de la protagonizada por Russell Crowe, aunque es imposible obviar que comparte ciertos patrones. El protagonista incluso puede traernos a la memoria la más reciente The imitation game. Dispuesto, a pasar lista a todos sus héroes geniales y extravagantes, Hollywood pone a funcionar la plantilla de los biopics, con astucia pero con cierta falta de originalidad.

En todo caso, le película sabe administrar bien sus jugadas, la tensión y la fuerza dramática no se pierde en vanidades y logra transmitirnos con gran energía la idea de que el ajedrez no es un juego, sino un deporte de gran dureza. Esta faceta del sacrificio está bien introducida de múltiples maneras, una de ellas la fugaz aparición de imágenes de archivo justificadas por el comentario del abogado de Fischer, quien afirma que para el ajedrecista, enfrascado en su damero, Los Beattles no han existido.

Bobby Fischer no fue una persona corriente; excepcional a muchos niveles, incontrolable e insoportable a otros. Su voluntad y su inteligencia fue proporcional a su incapacidad para interactuar con el mundo real. Su propia inteligencia y el ambiente de paranoia en que creció, propiciado por el ambiente pro-soviético que reinaba en su hogar, le arrojaron a la locura. A su país nunca le interesó salvar esa pieza. No dudó en sacrificarla para satisfacer sus fantasías de grandeza. Perdida la guerra de China, perdida Vietnam, Estados Unidos necesitaba aumentar la moral de su gente, decirles que los soviéticos no podían ser más listos que los súbditos de la «mejor» nación del mundo. Desde luego, si en algo eran iguales era en la escasa importancia que merecían, como peones, para las dos potencias que reinaban en el mundo.

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