sábado, febrero 24, 2024

Crítica de ‘Ghadi’: No cabe más humanidad en cien minutos

Las críticas de José F. Pérez Pertejo: 
Ghadi

La película libanesa Ghadi, ópera prima de su director Amin Dora, llega a la cartelera española con el retraso habitual en este tipo de películas procedentes de países con poca tradición en la distribución internacional de sus films, que suelen quedar restringidos al consumo interno. Ghadi fue seleccionada por Líbano para la carrera por el Óscar a la mejor película extranjera de 2014 y de no ser por el altísimo nivel de esta categoría durante el pasado año, parece bastante probable que hubiera conseguido figurar al menos entre las cinco nominadas.

Con gran habilidad narrativa, Dora, utiliza la voz en off de su protagonista Leba Saba (Georges Khabbaz) para introducir al espectador en el barrio de Mshakkal en la ciudad libanesa de Matroun, una vez allí va presentando uno a uno a sus peculiares vecinos, a los cuales adorna con un barniz de ternura a pesar de sus imperfecciones y defectos. Así tenemos a Takla, la reina de las conservas, Sofie, la amiga de los necesitados (es decir, la prostituta del barrio), Karkar el tonto del pueblo, Lello el peluquero con pluma, Nisrine la guapa que no logra quedarse embarazada, el carnicero que tima pesando la carne, el barbero que estafa cobrando de más… ellos y todos los demás que se llaman Elías o derivados del nombre Elías en honor al patrono del barrio cuya escultura preside el entorno, componen un variopinto conjunto de seres humanos a modo del célebre 13 Rúe del Percebe del maestro Ibáñez.

Leba Saba se remonta a su propia niñez cuando era un crío tartamudo de difícil encaje en el colegio para dar inicio a una preciosa historia en la que él será continuamente el hilo conductor. Georges Khabbaz, el actor que interpreta (magistralmente) al Leba adulto es también el guionista del film, lo que le da un rango de autor, a mi entender, por encima del director Amin Dora que equilibra fuerza narrativa y sensibilidad poética con sutilidad y maestría para poner en imágenes la emotiva historia de Ghadi.

Y Ghadi no es otro que el tercer hijo de Leba que nace con síndrome de Down, lo cual le convierte en un ser contemplado con distancia cuando no con rechazo por su peculiar vecindario. Leba, temeroso de que Ghadi sea institucionalizado y alejado de su hogar, idea un plan para convertir a su hijo en todo lo contrario, un auténtico ángel a los ojos de sus cortos de miras vecinos. Al mismo tiempo, el plan urdido por Leba con la complicidad de su esposa y de algunos de sus vecinos, los menos aceptados, Karkar (por tonto) y Lello (por amanerado) servirá para transformar la conciencia y el clima de convivencia del barrio.

Ghadi funciona como una fábula moral con la misma efectividad que como sátira sobre el cinismo y la hipocresía de una micro-sociedad que sirve como muestra representativa de una sociedad mayor: la Sociedad, la nuestra, en la que todos vivimos y convivimos a diario con nuestras grandezas y nuestras miserias, con nuestro inherente egoísmo, nuestros arrebatos de generosidad y las dificultades para aceptar como nuestros semejantes a aquellos que son diferentes.

Por último, no se puede obviar en Ghadi una reflexión acerca del aborto que se aleja con la misma serenidad de las dos posturas extremas que abanderan el discurso sobre tan controvertido tema, al menos en la sociedad occidental. Desprovisto de carga ideológica y de posicionamientos morales o religiosos, nos ofrece un punto de vista que, sin aleccionar, invita a reflexionar sobre las consecuencias de determinadas decisiones que tal vez se tomen sin tener en cuenta todos los determinantes y condicionantes de las mismas.

Khabbaz desde el guión y Dora desde la dirección apoyan la narración en dos ingredientes fundamentales, la música (Mozart en particular) como vehículo de las emociones y el humor como válvula de escape de una existencia en la que cada cual, a su manera, ha ido renunciando a sus sueños. En este sentido, la comparación con Los Jueves Milagro de Luis García Berlanga es casi inevitable.

De vez en cuando aparece una película de esas en las que lo estrictamente cinematográfico es superado por la fuerza del relato y la carga emotiva de lo que se nos cuenta. Ghadi supone un perfecto ejemplo de este tipo de films que consiguen cautivar al espectador con sutil emotividad, humor inteligente y auténtica sensibilidad (que no sensiblería). No cabe más humanidad en cien minutos.

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