Se trata de una propuesta interesante, ácida y crítica, de una verosimilitud
total constatable por aquellos que conocen la farándula de los cursos de
formación para desempleados o las relaciones laborales de los grandes
cadenas de supermercados, pero a la vez muy exigente con el
espectador. La ley del mercado se sirve de planos muy cerrados con la inestabilidad propia de la cámara al hombro para incomodarnos y hacernos partícipes de las angustias de los personajes que habitan la película. El público en la butaca es espectador y testigo, constantemente interpelado por el doble rasero de las empresas, por la frialdad calculadora de sus márgenes de beneficios, por la compleja sofisticación de las entrevistas de trabajo, o por una moral hipócrita de un sistema en el que todos somos a la vez peones codiciosos y defraudadores en potencia.
El rostro de Vincent Lindon llega a ser más expresivo que sus propias palabras, y se convierte en el reflejo de nuestra propia indignación, incapaces de creernos la estupidez inhumana por la que se rige el mercado de trabajo, el mercado financiero o las relaciones laborales en las que los compañeros terminan por ser inquisidores y delatores de sus iguales. El silencio del protagonista es tan incisivo como sus críticas verbales, señalando con su mirada el ridículo contexto en el que nos obliga a movernos un capitalismo feroz.
La ley del mercado no es una película divertida, ni siquiera amena, pero es una producción muy bien hecha, que se sirve de actores no profesionales en la búsqueda de un realismo que refleja a la perfección la cotidianeidad de vidas ordinarias y lamentablemente frecuentes. La denuncia de las desigualdades palmarias entre empleadores y empleados es bastante potente y acertada, y puede que sea capaz de abrir los ojos a personas que puedan no ser conscientes de la realidad miserable de ciertas facetas del consumo y el consumismo. Para otros quizá esta película no sea más que un relato interesante, también incómodo, que sirve de nueva constatación de nuestras sospechas o de nuestra misma experiencia.