viernes, marzo 29, 2024

‘Días extraños’: El incomprendido reflejo de la sociedad

Las críticas de Óscar M.: Días extraños
La película de 1995 de Kathryn Bigelow transcurre en los últimos días del año 1999, unos días en los que, debido al temor generalizado ante el final del milenio, la sociedad vive al borde del abismo; la extendida creencia del fin del mundo asola las calles y provoca que el mundo viva al límite los que pueden ser los últimos días de sus vidas.
A ésto se le suma una nueva droga, que empezó siendo un sistema de grabación de delitos para policías encubiertos (un complejo sistema de cables colocados directamente sobre el cráneo que permite capturar las imágenes y las sensaciones de quien lo lleva puesto, y, posteriormente, reproducirlo en otra persona), que está arrasando en el mercado negro y se considera la nueva forma de «evadirse» de la realidad.

Kathryn Bigelow filma magistralmente (tras Le llaman Bodhi y la miniserie Wild palms para televisión) esta película que, desde la primera secuencia (grabada en primera persona), atrapa al espectador de una forma atroz y desasosegante hasta su espectacular final multitudinario en la fiesta de fin de año más violenta del pasado milenio.
La directora utiliza, muy inteligentemente, las secuencias subjetivas en primera persona para la reproducción de los «clips» con los que trafica el protagonista (un ex-agente de la policía metido a camello del subconsciente) consiguiendo que el espectador se implique e involucre en los asesinatos (de los «clips» que el protagonista recibe) de una forma poco antes conseguida, ni tampoco desarrollada posteriormente.
La película evoluciona (al igual que la banda sonora) de una película de acción, violenta y sin descanso, a una película romántica donde el protagonista intenta recuperar el amor perdido y no es consciente de su amor futuro por la terquedad de continuar viviendo en el pasado.
La mezcla de géneros que incluye (acción, suspense, ciencia ficción, romance y leves toques de comedia) hicieron que fuera totalmente incomprendida (y un fracaso en taquilla) en 1995 cuando se estrenó. Injustamente infravalorada, la película mantiene, 16 años después, el mensaje (que intentaron transmitir James Cameron y Jay Cocks en el guión) totalmente fresco y actualizado, pudiéndose visionar hoy en día simplemente cambiando la fecha por el temido 2012.
La película está plagada de anti-héroes que no quieren o no saben enfrentarse a la realidad en la que viven y por ello viven día a día sin pensar en el futuro que, con toda probabilidad, no llegará nunca: el protagonista (Ralph Fiennes) es un ex-policía, yonki de los «clips» de su ex-novia, que vive sólo para ésta mientras arrastra a los que le rodean a su particular mundo de decadencia y perversión; la amiga y protectora (Angela Bassett), una mujer volcada en su trabajo para ayudar a su hijo y que vive a la sombra del protagonista salvándole de las situaciones más horribles; la ex-novia (Juliette Lewis), una cantante de rock-heavy-duro, que vive enganchada a su chulo (Michael Wincott) sólo porque la mantiene a salvo; el amigo (Tom Sizemore), otro ex-agente policial reconvertido en guardaespaldas y detective sin aspiraciones en la vida; o unos policías corruptos (Vincent D’Onofrio y William Fichtner) que sólo quieren salvar el cuello e impartir su propia justicia.
Todos ellos forman parte de un complejo conjunto que está perfectamente representado en la película; quizás el excesivo realismo con el que se trató la historia fue lo que provocó que el público general no acertara a comprender el mensaje que se intentaba transmitir y se perdiera entre tanta subtrama argumental, que, por otra parte, es absolutamente necesaria e imprescindible para entender a los personajes.
Días extraños es ruidosa, dura, extrema, brutal y violenta; es difícil de digerir (como un puñetazo en la cara) y es el reflejo de la sociedad en la que vivimos, donde día a día tenemos que enfrentarnos a una violencia gratuita que llena las calles y los hogares a través del cine y la televisión.
Pero a pesar de esa brutalidad y esa violencia, siempre hay ocasión para ver las cosas buenas que se esconden entre tanta ira y odio: la película está salpicada (durante todo el metraje) de escenas tiernas (e incluso sexuales) del pasado de los protagonistas, que ayudan a no perder la perspectiva de que siempre hay algo mejor, siempre se puede cambiar, siempre hay alternativa; sólo hay que parar entre la vorágine y buscarla entre la multitud que nos rodea.

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