John C. Reilly dobla una interpretación que le coloca en la piel de un personaje que salva con ingenio, humor y bondad el foso que separa el carisma y el carácter genuino del más bochornoso de los ridículos. Su expresión facial, todo lo que dice con sus gestos y la forma en que se adueña de su texto son las bazas con las que se mete el público en el bolsilla cada vez que los primeros planos que abudan en este producción toman su mirada pícara y llena de intenciones.
Interesante acompañamiento musical de los temas instrumentales para reforzar los sentimientos de unos personajes genuinos, divertidos, que fueron capaces de despertar las risas del público, muchas veces y con una sola mirada. El miedo a que la ingenuidad y la trasparencia de los personajes se torne bochornoso o nos provoque vergüenza ajena no llega a materializarse, y el argumento se va resolviendo de una forma satisfactoria y entretenida.
Cyrus escapa de la fórmula habitual de comedia romántica y nos ofrece una pareja diferente, con sus taras, sus problemas y sus defectos. Si bien Marisa Tomey es quien es, John C. Reilly dista mucho de ser un gigoló, y los primeros planos de los que os hablaba lo dejan evidente.
Muy divertidas también las escenas en las que el protagonista recurre a su ex-mujer para contarle sus problemas y su estrategia de acción ante el joven, con una Catherine Keener que logra un papel secundario agradable y resultón. En definitiva, un oasis de risas entre la tragedia y el compromiso social al que a veces nos arrastra el cine de autor.