jueves, marzo 28, 2024

Un aullido de decepción: ‘El Hombre Lobo’

Las críticas de Carlos Cuesta: El Hombre Lobo

Talbot es un apellido poderoso en la historia del cine cuando se le suma al mito del hombre lobo. Joe Johnston se ha atrevido a revivir el mito en su versión más clásica y ha contado para ello con un reparto de lujo que no puede dejar a nadie indiferente. Desde luego contar con Benicio del Toro para el papel de Lawrence Talbot, maldito por la mordedura de un hombre lobo ya era bastante jugoso, por el rostro mortecino del actor y por el juego que podría dar su interpretación, que es finalmente excelente. Anthony Hopkins también destacable en un papel que nos recuerda levemente, muy de pasada, su interpretación en Leyendas de Pasión (hombre hastiado de la vida, duro y dispuesto a empuñar un rifle, cuyo hijo se enamora de la mujer de su hermano muerto); Hugo Weaving es totalmente convincente en su papel de inspector de Scotland Yard, inquisitivo y molesto, tratando de resolver las atroces mutilaciones provocadas por una bestia o un lunático en las noches de luna llena.

Nada que objetar al reparto y sus magníficas actuaciones y desde luego nada que reprochar a la historia clásica o al planteamiento que Joe Johnston hace en el arranque de la trama. Todo lo contrario. Fantástica presentación de los personajes y del problema que se presenta, también el relato de anteriores sucesos en una taberna que nos da la clave del punto débil de la bestia. La plata y el mito de El hombre lobo, arraigados en el inconsciente colectivo de los europeos, no necesita más explicaciones y el pánico y la superstición humanas hacen que el terror vaya más raudo que la propia bestia, precediéndola.

Cuando Lawrence Talbot regrese a su hogar después de tantos años, lo hará a petición de la prometida de su hermano, quien le reclama para tratar de solucionar su desaparición. Cuando vuelva ya será demasiado tarde y tendrá que investigar el atroz asesinato de su hermano, posiblemente a manos de una bestia, pero deberá también enfrentarse a los recuerdos del suicidio de su madre, suceso que le empujó a ser internado en un sanatorio mental, y a secretos que quizá no esté preparado para afrontar. Al ser mordido por la bestia en noche de luna llena, Talbot deberá enfrentarse al animal que surge dentro de él al tiempo que trata de descubrir la identidad de su agresor, mientras la desconfianza del pueblo y el miedo a su espectacular recuperación le aisle completamente en su misión. Además, surgirá la atracción por la que fue prometida de su hermano. Todo un torrente de emociones, eso sí, algunas de ellas mal definidas.

Ambientación, decorados y una fotografía soberbia, con sustos, visiones y un desarrollo genial de la transformación interior del personaje de Benicio del Toro, a la que le seguirá la transformación física. Con todo eso parecía que íbamos a presenciar no sólo la resurrección del Hombre Lobo, sino una revolución en el género o la película definitiva de este personaje que puede considerarse mitológico.

Nada más lejos de la verdad. El espectador ansioso está dispuesto a pasar el ridículo letrero de presentación de la película El Hombre Lobo innecesariamente traducido y tallado en piedra que hace pensar que las concomitancias con la producción clásica serán demasiadas. Pero lo que veremos durante el inicio, por brillante, nos lo hace olvidar.

Acto seguido veremos cómo en algunas ocasiones es mejor sugerir que mostrar, y mientras la bestia no tiene un rostro claramente definido será más tenebrosa y terrorífica de lo que podrá llegar a ser cuando Benicio del Toro se transforme y comprobemos, ahora sí con pavor, que según la escena o el plano tendremos una aceptable versión del licántropo (entiendo que con sus retoques digitales) o una patética caracterización de carnaval igual o peor que las de antaño. ¿Es por ahorrar, han sido prisas por la fecha de estreno? ¿Acaso tiene justificación algo así? Creo que no.


Y cuanto más, peor. Cuanto más se nos enseña la bestia y más mutilación y más de lo mismo presenciamos menos satisfecho se encuentra uno, en este caso. Nos vamos damos cuenta de que la proporción entre terror psicológico y violencia explícita va ganando terreno a favor de la segundo, en detrimento de la historia, hasta un callejón sin salida donde ya no hay misterios ni intriga, sólo decepción.

Llegados a este punto nos percatamos de que los carteles de Invictus, En Tierra Hostil o Up in the air también estaban ahí fuera y de que muy astutamente la bestia nos ha metido en su trampa, nos ha engañado con unas promesas que al final no ha cumplido, y cuando la bestia te ha atrapado ya es demasiado tarde para ver que la bestia del marketing se ha salido con la suya, que los carteles muestran un hombre lobo espectacular y soberbio que no vas a ver en la película y que el trailer, como tantas veces, no es más que una malintencionada secuencia de lo mejor de la película y que cuenta otra historia que poco tiene que ver con lo que realmente has visto una vez terminada este nuevo hombre lobo, tan parecido al viejo.

No sé si es excesivo hablar de fraude, y no sé qué les habrá pasado por la cabeza a los actores cuando la hayan visto, pero me gustaría saberlo. Para nada satisfizo mis expectativas una película que sobre todo en el arranque mostró que tenía todos los elementos para ser fantástica y que se pierde en reflexiones místicas y amatorias que el propio guión no sabe resolver, que nos presenta un enamoramiento increíble y poco convincente más allá del calentón del señor Talbot y que sugiere y afirma muchas otras cosas que luego no es capaz de explicar ni razonar.

La tecnología es soberbia, es atrevida, y se piensa que lo nuevo es siempre mejor que lo viejo por el hecho de ser posterior y avanzado, cuando la verdad es que las carencias en tiempos pasados se resolvían con ingenio, mientras ahora parece que la digitalización y la tecnología son las prótesis de historias cojas, que una vez insertadas pueden, mal que bien, andar lo que les falta hasta la línea de meta. Desde luego, hay mitos y bestias que es mejor dejar como están: o muertas o vivas en el nostálgico recuerdo.

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