martes, abril 16, 2024

La metáfora de ‘La cinta blanca’

Las críticas de David P. «Davicine»: La cinta blanca
Es muy difícil comenzar a escribir algo de una película de Michael Haneke, sobre todo de una película como La cinta blanca, clara merecedora de la Palma de Oro, del Globo de Oro, y de todo lo que aún le tengan que dar desde el día en el que escribo estas palabras. Si normalmente cuesta tratar sobre el director por su reflejo de lo más oscuro del ser humano, mostrándonos con asiduidad la base del mal en la sociedad que retrata, en esta película cuesta aún más pues, tal y como dice él mismo, nos atrapa en una narración novelesca, con el mérito de tratarse de un guión original, que nos seduce en “cada pasaje”, perfectamente ambientado donde el uso del color ha sido obviado ante la necesidad de mostrar la historia como si la viviéramos desde una película de la época.

La cinta blanca nos traslada a 1913, poco antes de la I Guerra Mundial, en el interior de un pequeño pueblo alemán, donde los habitantes viven inmersos en una calma aparente pero que será trastocada por una serie de desafortunados “accidentes”. Una voz en off, perteneciente al profesor de la escuela,  será la encargada de contarnos los intrigantes acontecimientos que suceden allí, y que turban la tranquilidad del pueblo y sumergen en una tensión palpable las relaciones entre los distintos individuos. Todo esto perfectamente hilado, a ritmo pausado pero sin tregua, para desvelar, poco a poco, y a través de situaciones acertadas e imágenes puntuales, el gran secreto que se oculta. Para dicho fin deberemos conocer perfectamente que secretos mantienen a buen recaudo los distintos personajes que conviven en la cinta: Doctor, profesor, cura, barón, criados,… todos ellos perfectamente definidos pues, a pesar de parecer que el protagonista de la película es el profesor, todos ellos tienen la suficiente relevancia como para poder decir que no hay un personaje protagonista ni un secundario en concreto, ya que todos están al mismo nivel en la historia… incluso los niños, que tienen un peso especial en la película, y que nos dejan ver como era la educación de la época y lo poco que han cambiado ciertos aspectos sociales así como los valores que se inculcan, pues el respeto al adulto es un valor que sigue vigente aunque no palpable, pero que en aquella época suponía una gran falta.

Haneke demuestra que el tiempo dedicado a investigar la época ha dado sus frutos. Las costumbres han quedado perfectamente plasmadas en la película, con cada una de las rutinas de los distintos habitantes del pueblo,  llegando a ponerse al nivel de documental más que de película de ficción, histórica, pero ficticia al fin y al cabo. Como he dicho, ayuda mucho la grabación en blanco y negro, no pudiendo imaginarme la película en color, ni necesitando el uso de efectos digitales más que para eliminar cualquier detalle que nos hiciera acercarnos a nuestra época.
Una dirección fantástica que demuestra el saber hacer de su director, así como de otros nombres, como Christian Berger, director de fotografía y Anja Müller, directora de arte, que permiten que nos sintamos inmersos en la historia,  pero con el valor añadido de ser “intensa y tensa” y  no nos deja tiempo a pensar en más de lo que el director está dispuesto a  dejar que pensemos: ¿Qué está pasando realmente allí?. Y para ello se ayuda de una banda sonora prácticamente inexistente, y ese es el secreto de la maestría, adornar una película con una banda sonora que no está, tal y como sucede en la vida real, donde no nos acompaña música de fondo en cada acción que realizamos
Si debiera definir en una palabra lo que me ha trasmitido la película lo haría con “metáfora”, pues está repleta de ellas, como el mismo título de la película, que es la forma de mostrar la pureza de un ser a través de algo que se manifiesta sin haberse demostrado aún, una pequeña cinta blanca reflejando la pureza de alma y cuerpo de un niño que no tiene nada de puro, pero por ahí debe comenzar. Y es que nos llena de metáforas de la vida, de cada suceso, desde el más nimio al más drástico, todo ello para desvelar poco a poco el secreto oculto pero sin ofrecerlo claramente, sino a través de sutiles pistas que Haneke maneja con maestría a través de estas metáforas, que ayudan, la vez, a vivir escenas crueles sin necesidad de verlas claramente, lo que demuestra que no hace falta ser explícito para mostrar todo lo que se desea y todo lo que rodea la mladad del ser humano.
Una película que podemos llamar “clásica” habiendo sido rodada en pleno siglo XIX, y que logra trasmitirnos un reflejo perfecto de la sociedad previa a la I Guerra Mundial sin necesidad de recurrir al documental. Imprescindíble. 

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