martes, marzo 19, 2024

Crítica de ‘Verano en Brooklyn’: cuento urbano en busca de la emoción

Las críticas de Cristina Pamplona «CrisKittyCris»: Verano en Brooklyn
 
La vida está llena de pequeños dramas y comedias. Es la grandiosidad de lo cotidiano que pasa delante de nosotros sin que le prestemos atención. Esas historias tan profanas que no parece que merezca la pena contarlas. Son esas historias donde se mueve el genio de Ira Sachs. Si el año pasado nos regalaba El amor es extraño, este fin de semana se estrena en nuestro país Verano en Brooklyn, una fábula urbana que explora la amistad y los conflictos familiares desde una emotiva perspectiva que se aleja de la sensiblería fácil para conectar con el espectador desde la sencillez y la honestidad. 
 
Jake, un adolescente introvertido, se muda de Manhattan a Brooklyn, a la casa que su abuelo paterno ha dejado en herencia a su padre. En la planta baja, Leonor, una costurera latina, trata de sacar su negocio adelante. Jake se convierte rápidamente en el mejor amigo de su hijo, Tony. Mientras tanto, instigado por su hermana Audrey, Brian, el padre de Jake, quiere aumentar la renta del local comercial de acuerdo a los nuevos precios del mercado inmobiliario, pero Leonor no puede pagar … 
 
Si en El amor es extraño, Ira Sachs nos narraba la relación de dos hombres que deciden casarse después de 39 años juntos, En Verano en Brooklyn se ha sumergido en la mente de dos niños de doce años que comparten sueños mientras que sus padres lidian con un mundo en el que el dinero parece estar destruyendo el concepto de comunidad. El tono de Sachs no ha cambiado, sigue siendo ese narrador profundamente humanista que da voz a la gente corriente. 
 
El guion vuelve a estar compartido entre el propio Sachs y su colaborador Mauricio Zacharias con quien ya trabajó en El amor es extraño y quien le acompañará también en la serie para televisión Christodora y en Monty Clift, el biopic sobre el actor que será interpretado por Matt Bomer. Dos hombres para escribir la historia sobre dos niños que comparten en unos pocos meses ese momento de cambio en el que sus sueños y expectativas de futuro empiezan a definirse. Dos niños que, sentados frente a una videoconsola, crean una intimidad natural, no buscada, mientras que sus padres son incapaces de ponerse de acuerdo. 
 
Una historia tan íntima no necesita de un reparto numeroso, y Verano en Brooklyn concentra toda la carga dramática en la relación de Jake y Tony, y Leonor y Brian. La siempre contenida y serena Jennifer Ehler (Orgullo y prejuicio, El discurso del rey) en el papel de la mujer de Brian, Kathy, Talia Balsam (Spotlight, Mad Men), quien interpreta a Audrey, o Alfred Molina (No sin mi hija, An Education), saben mantener las distancias como personajes secundarios, necesarios sí, pero no fundamentales, y les dejan el primer plano a los protagonistas. 
 
La chilena Paulina García en el papel de Leonor destaca por su dignidad y fortaleza. Su personaje, que desde el principio sabe que su negocio está condenado, guerrea por ese local hasta el final. Sin embargo, el personaje más trágico es el de Brian, interpretado por Greg Kinnear (Mejor imposible, Pequeña Miss Sunshine). El remordimiento por la distancia que mantenía con su padre, el fracaso de ser un actor sin éxito y los remordimientos por condenar a una mujer al desahucio y a su hijo a perder a su mejor amigo, quedan retratados en cada gesto. Pero, como suele ocurrir en estas historias, toda la gloria se la llevan los jóvenes actores Michael Barbieri y Theo Taplitz. El primero por la explosión de energía que insufla al personaje de Tony y el segundo por saber meterse en la introvertida personalidad de Jake y, sutilmente, ofrecernos detalles de él que no son necesarios destapar con obviedades. 
 
La sencillez con la que Ira Sachs hace cine no es simplista, se lleva a cabo con una ambiciosa sinceridad y amabilidad hacia unos personajes carentes de malicia que se ven obligados a herir muy a su pesar. Y el espectador se sumerge en un mundo de buena gente y sonríe porque no hay crueldad y sin ella no hay drama. Y entonces sale del cine y piensa un poco y se encuentra ante la tremenda tragedia de que la sencillez con la que un niño se relaciona y sueña no aplique en la edad adulta.

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