En el papel protagonista tenemos a Javier Mendo, que sorprende con su primer trabajo profesional en el mundo del largometraje, siendo convincente en el rol de un joven apesadumbrado y golpeado por la vida, con pocos motivos para sonreír, que debe hacerse mayor demasiado pronto para sobrevivir a una vida que hasta la fecha sólo lo ha maltratado. Pocos registros más vemos al actor, pero no por su ausencia sino porque su personaje sufre penurias de principio a fin de la película, teniendo que esperar a futuros trabajos suyos para ver cómo se desenvuelve. Al menos en esta película logra el objetivo impuesto por el director, y nos llega a lo más profundo de nuestro corazón, abriendo una brecha en el mismo para que entren dudas sobre cómo los jóvenes no salen bien parados en la sociedad actual cuando crecen en familias desestructuradas.
Laia Marull se encarga de dar vida a la madre de Miguel con un papel que destaca más por su ausencia que por su presencia. No es que no consiga hacernos creer que es una madre inestable, sino que logra que sus ausencias marquen más la vida de su hijo. Está más que demostrado que Marull es una gran actriz, y quizás se eche en falta alguna escena más con ella que nos permita conocer mejor los motivos por los que ha llegado a donde está, tanto física como mentalmente.
Destacar el trabajo de Mendo y Marull es lógico dado que se pretende que estemos ante una película de actores, donde la ausencia de diálogos se ve reforzada por miradas que transmiten más que muchas conversaciones. Frente a ambos personajes encontramos algo de positividad en el personaje de Nieve de Medina, la única mujer que ve algo en Miguel y cree que las cosas pueden cambiar.
En el estilo se nota que el cineasta se aleja de Kiarostami para acercarse más a los documentales de los hermanos Dardenne. Morais opta por el uso de cámara en mano para transmitir al espectador la tensión del personaje protagonista, y aunque logra dotar de mucho más dinamismo a La madre que en anteriores películas, no es suficiente para mantener un ritmo uniforme y en ocasiones ralentiza tanto el ritmo que nos saca de la película, diluyéndose por momentos el mensaje.
La fotografía juega un papel importante, muy rural y en ocasiones abandonado, reforzando esa sensación de tristeza con el uso de tonos ocres, sin apenas presencia de colorido, para adentrarnos aún más en este drama que, por desgracia, y a pesar de todo el esfuerzo técnico e interpretativo, no logra que atemos todos los cabos, comprendamos los motivos de ciertas acciones, y sintamos cierta empatía hacia los protagonistas. Muchos de los motivos de los problemas que tienen no son aclarados, y tampoco nos explican (ni facilitan que entendamos) ciertas reacciones que tiene el hijo hacia los actos de la madre, lo que impide que La madre nos marque y tenga la fuerza necesaria como drama.
En una época en la que los dramas sociales toman cada vez más fuerza, siendo muy valorados por la crítica, y ayudando a acercar a más gente los problemas actuales, La madre se ausenta en este punto, tan sólo abriendo las puertas del cine a su joven protagonista.