martes, abril 16, 2024

Crítica de ‘High Rise’: Babilonia de hormigón

Las críticas de Cristina Pamplona «CrisKittyCris»: High Rise


Esperada desde hace tiempo, llega a nuestra cartelera High Rise, la adaptación de la novela de J.G Ballard que nos invita a entrar en su mundo retrofuturista de violencia y opresión. Una visión feroz y poética de la lucha de clases.

El Dr. Robert Laing acaba de mudarse a un nuevo apartamento en una torre de viviendas cerca de Londres. No tarda en percatarse del ambiente extraño que se respira entre sus vecinos y las raras rivalidades que hay entre los de los pisos altos y los pisos más bajos. Sin intención de hacerlo, Robert termina tomando parte en la lucha entre residentes en la que intenta hacer valer su posición social mientras que su cordura se va deteriorando al mismo tiempo que el edificio, que se transforma en escenario de una batalla campal entre ricos y pobres donde el alcohol, las drogas y el sexo se convierten en moneda de cambio.

La novela de Ballard se presentaba como una obra perfecta para el director Ben Weathley (Kill List, Turistas) que se sintió atraído por esa historia de atmósfera inquietante y violenta en la que los personajes se ven proyectados hacia un punto de no retorno. La película de Wheatley nos lleva a un mundo distópico donde un arquitecto visionario ha creado un complejo residencial en busca de la perfección social. En él, la clase media/baja se encuentra en el inferior de la torre, mientras que la alta reside en las superiores. Esta última pasa sus días entre excesos y un lujo intrascendente, son un cáncer de la sociedad de consumo que, como en un momento se señala en la película, vive con el único miedo de vivir sin todos los objetos que acumulan diariamente. En cuanto a los inquilinos de los pisos más bajos, su modo de seguir adelante pasa por el conformismo, las apariencias y las relaciones sociales artificiales bañadas en fiestas de alcohol y drogas. Cuando el estatus entre vecinos se hace evidente con los privilegios de unos en detrimento de los otros, el edificio se colapsa por la destrucción de los valores humanos y sociales. Frustrados y furiosos, los inquilinos entran en un estado primitivo, violento y enajenado.

El complejo de torres de viviendas presenta al urbanismo desatado como fuente del caos. En ese grupo de edificios, cuyo artífice dice que ha de tener la forma de una mano gigante, la naturaleza es artificial, ridícula en esa torre asfixiante de hormigón, como ridículas son las fiestas barrocas que se celebran en el último piso. La exageración frente a lo natural y humano convierten los pasillos del edificio en una pesadilla laberíntica y perturbadora donde los inquilinos van enfermando poco a poco hacia una locura de desenfreno y drogas. No importa la suciedad, la muerte o la violación, han de seguir disfrutando de la fiesta para evitar la realidad disfuncional de su universo idealizado.

El guión de Amy Jump se regocija en lo extraño de la historia e igual de extraña hace su narración llena de elipses, como parpadeos enloquecidos que marean al espectador y le obligan a sumergirse en la atmósfera viciada del edificio. El frenesí de la historia, sin embargo, no nos deja profundizar en sus personajes, a excepción de su protagonista, Tom Hiddlestone, que está brillante construyendo la locura de su personaje, ese espectador distante que no puede evitar ser devorado también por el edificio. Su obsesión por encontrar la pintura de pared perfecta para su apartamento le lleva a un aislamiento desquiciante del caos exterior. Interesante también es el trabajo de Luke Evans que se mete en la piel de ese villano y víctima de la historia. La ferocidad con la que planta cara a la injusticia social del edificio le lleva a convertirse en un depredador más de esa jauría humana.

No se puede pasar por alto la música con la que el compositor Clint Mansell acompaña la película. Autor también de la música de Requiem por un sueño y El cisne negro, Mansell ya ha tenido que lidiar con la construcción de una banda sonora que acompañe a esos personajes en el límite. A eso hay que sumarle la magnífica cover que el grupo Portishead hace de SOS de ABBA.

Sin duda, el aspecto poco convencional de High Rise dividirá la opinión de los espectadores, pero en ningún momento les podrá resultar indiferente porque la contemplación cruda de la catástrofe es tan perturbadora como atractiva. La densidad de su acción hace que no seas consciente de la magnitud de todo lo que está sucediendo, pero High Rise se queda en la cabeza obligándote a digerirla durante días.

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