jueves, abril 18, 2024

Crítica de ‘La teoría del todo’: Lo que pudo ser y no fue

 Las críticas de Cristina Pamplona «CrisKittyCris»: La teoría del todo


La filia de Hollywood por el mundo de la ciencia, y concretamente por la vida de científicos, viene de largo. Desde que en los años 40 películas como El joven Edison (1940) o Madame Curie (1943) se convirtiesen en éxitos de taquilla, la gran y pequeña pantalla han hecho por acercarnos a las grandes mentes del mundo de la ciencia a través de biopics que nos recuerdan que «los listos también lloran». Algunas nos vienen a la memoria casi de inmediato, como Una mente maravillosa, que deformaba la historia real del matemático John Nash para intentar hacernos comprender el drama de la esquizofrenia. Otras, no obstante, se olvidan bajo el peso de los años, como la interpretación que Edward G. Robinson ofreció de Paul Ehrlich en Dr Ehrlich’s Magic Bullet.

La televisión también ha dado buenos ejemplos, tenemos Temple Grandin, protagonizada por Claire Danes, o Einstein y Eddington, guionizada por Peter Moffat que dos años antes ya había escrito, también para la pequeña pantalla, Hawking, con Benedict Cumberbatch en el papel del famoso físico. Diez años después, Cumberbatch se metería en la piel de otro científico, Alan Turing, en The Imitation Game, estrenada hace dos semanas, y dejaría el papel de Stephen Hawking al joven actor Eddie Redmayne, que hace de La teoría del todo un ejemplo de interpretación.

Con 72 años, y aún en activo, Stephen Hawking se ha convertido en el científico más célebre de los últimos cuarenta años. Sus teorías sobre la naturaleza de los agujeros negros, el origen del universo o los viajes en el tiempo consiguieron que su libro Breve historia del tiempo se encontrase en la lista de libros más vendidos durante 237 semanas. Pero Hawking es además un ejemplo de superación personal. Tras ser diagnosticado con una esclerosis lateral amiotrófica que prometía no más de dos años de vida, siguió adelante sin dejar que su cuerpo, inutilizado por la enfermedad degenerativa, frenara su pensamiento. No es de extrañar que el cine quisiese relatar su historia. Sin embargo, en La teoría del todo, al contrario que en Hawking, la historia enfoca más al hombre y marido que al científico.

La película viene a demostrar eso de que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer. Y tal vez ese sea el mayor error de la película. En efecto, Jane Wilde, la mujer que se convertiría en su primera esposa, fue fundamental para que el físico lograra plantar cara a su enfermedad y se convirtiera en una de las mentes más brillantes de los últimos tiempos. No obstante, La teoría del todo quiere abarcar a ambos personajes sin llegar a profundizar en ninguno.

Y es que el guión de Anthony McCarten, que adapta las memorias de Jane Wilde, tardó en fraguarse diez largos años en su intento por hacer de la historia algo más cinematográfico. Y resulta totalmente innecesario. Si hay algo que no necesita la vida de Stephen Hawking es licencias artísticas. En ella hay material para hacer más que este melodrama donde poco a poco la tragedia de la enfermedad ensombra la pasión del físico por la ciencia, verdadero motor que le hizo seguir adelante. Escenas que no buscan más que la empatía del espectador dejan marginadas otras mucho más importantes, como es la adquisición de la primera silla de ruedas eléctrica, o  el sintetizador que le devolvió la capacidad de hablar, y que demuestran que fue la ciencia también la que le salvó de convertirse en un cuerpo inútil.

Pero hay razones de peso para perdonar sus errores de guión y disfrutar de ella en el cine: La fotografía de Benoît Delhomme (El niño del pijama a rayas, One Day) hace de cada escena una belleza. La poderosa luz natural, ya sea al aire libre como en interior, en donde el sol entra con fuerza por las ventanas, intensifica adrede los colores. Delhomme utilizó como referencia Kieslowski, y buscó que las tonalidades tuviesen significado simbólico. Si a eso le sumamos la magnificencia de la ciudad universitaria de Cambridge y el esplendor arquitectónico de sus colegios, tenemos un exquisito regalo para la vista.

Steven Noble (Nunca me abandones, Cumbres borrascosas) se hace cargo del diseño de vestuario, que abarca desde los 60 hasta comienzos de los 80, suavizando un poco las líneas de cada década para hacer el estilo de toda la película más homogéneo. El resultado es elegante aunque no sofisticado, perfecto para la idea de austeridad que rodea a la pareja. Y aunque parece diseñado para el papel de Jane, el vestuario es también una herramienta en el proceso degenerativo del protagonista, al que se le fue diseñando la ropa cada vez más grande para enfatizar la disminución de masa corporal.

La banda sonora, con la que ha sido galardonado con el Globo de Oro el compositor Jóhann Jóhannsson, apunta como favorita para los Óscar. Elegante y melódica es una combinación equilibrada entre piezas clásicas románticas y una clara influencia de Morricone.

Y, aunque los aspectos más técnicos no pueden compensar un biopic estereotipado cargado de clichés, La teoría del todo guarda en sus actores protagonistas la principal razón para no perdérsela. Felicity Jones (Albatross, Like Crazy) en el papel de Jane carga con la mayor parte del peso narrativo y dramático, reflejando en su rostro, sin necesidad de maquillaje, la tristeza, el arrepentimiento, la culpa y el inmenso cariño de una mujer que sacrifica su vida para mantener la de su marido.

Eddie Redmayne, por su parte, hace de su interpretación algo soberbio, demostrando una técnica y una precisión a la hora de actuar que le hacen meterse en su papel en cuerpo y alma. Su físico es una herramienta perfecta que se va retorciendo según la enfermedad avanza, mientras que los gestos faciales son una impresión precisa del rostro de Stephen Hawking.

Es una lástima, por tanto, que una historia sobre un hombre extraordinario quede convertida en ordinaria por un guión poco original que peca de innecesaria sensiblería, cuando tenía todas las herramientas para ser mucho más. Del cien por cien que podría ofrecer, apenas nos concede la mitad de sus posibilidades.

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