jueves, marzo 28, 2024

59 SEMINCI. Sección Oficial. Crítica de ‘Kuzu’ (‘El corderito’): Historia atemporal sobre el comportamiento humano

Las críticas de David Pérez «Davicine» en la 59 SEMINCI
Kuzu (El corderito)
Cumpliendo con una tradición rural del Este de Anatolia, Medine tiene que asar un corderito para la fiesta de circuncisión de Mert, su hijo de cinco años. Pobre pero resuelta, Medine moviliza a su familia, a la que pone a cortar leña para pagar al menos una parte de lo que cuesta comprar el animal. A Ismail, el marido de Medine, que está en paro, le preocupa la determinación de su esposa. Por su parte, la hermana mayor de Mert, Vicdan, está celosa de toda la atención que recibe su hermano, por lo que le hace creer que si la familia no consigue el cordero, le sacrificarán a él en su lugar. Mientras tanto, llega al pueblo una cantante y prostituta. El jefe local le consigue a Ismail un trabajo en el matadero, donde sus compañeros le llevan por el mal camino. Su debilidad de carácter hace aún más difícil que la familia consiga adquirir el cordero para la fiesta, aunque esto no amilana a Medine.

Kutlug Ataman dirige un drama rural, a la par entretenido y conmovedor, sustentado en el ingenio femenino, así como en la maldad del mismo, dejando al padre de familia en mal lugar, pues además de tener poca vergüenza, es bastante ingenuo, siendo en sí misma una muestra de la balanza de poder desigual entre hombres y mujeres, especialmente en las áreas tradicionales que ofrecen pocas opciones a la mujer.

Nesrin Cavadzade encarna maravillosamente el orgullo herido de Medine, pero no la convierte en una víctima, siendo la más lista de todos capaz de enseñar una buena lección a sus vecinos. Ataman consigue a su vez que los niños de la película -el joven Mert interpretado por Mert Tastan, y la hermana «malvada» de éste, interpretada por Sila Lara Canturk– hagan unas interpretaciones dulces y temerosas, en caso del hijo menor, y atrevida, inteligente, manipuladora y con ansias de notoriedad en el caso de la hermana. Cahit Gok, en el rol del padre, nos convence de ser un pánfilo, sin necesidad de mucho diálogo, pues su rostro ya lo dice todo.

La fotografía nos traslada a las gélidas y bellas tierras de Anatolia, custodiadas por montañas cubiertas de nieve, pero eso es algo que el director deja que disfrutemos nosotros, los espectadores, pues los habitantes de la zona tienen suficientes preocupaciones con sobrevivir como para fijarse en los bellos paisajes. La ausencia de una banda sonora, a excepción de las partes inicial y final, evita que manipulen nuestros sentimientos con temas tristes, y las majestuosas montañas, ríos como espejos y árboles desnudos son testigos mudos de los problemas de la comunidad.

Kuzu va más allá de ser una mera historia de niños, convirtiéndose en una historia atemporal sobre el comportamiento humano.

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