martes, abril 16, 2024

Crítica de ‘Un toque de violencia’: Sobrecogedora narración sobre la desesperanza y la conflictividad humanas

Las críticas de Carlos Cuesta: Un toque de violencia

No queda sino darle la razón a Gandhi cuando decía que la pobreza era la peor forma de violencia. No me refiero sólo a que sea una forma de violencia ejercida activa o pasivamente contra el que no tiene nada, sino que es también el origen de arrebatos sangrientos propiciados por la frustración y la impotencia. Un toque de violencia nos transporta a China y nos plantea varias situaciones radicales de agresiones entre personas. Las historias que componen el cuadro general recurren a tramas de acciones desesperadas con aire de justicia social, asaltos criminales con el único propósito de enriquecerse o dañar, la autodefensa e incluso el suicidio, generando en el espectador una concentración de reacciones de sorpresa, desagrado, aceptación y rechazo.
La producción nos conduce por un vía de desoladora tristeza, de colores apagados y de escenarios contrastados de miseria rural y visiones fugaces de opulencia en forma de modernos dispositivos electrónicos. Todas las historias tienen la misma esencia, están conceptualmente relacionadas entre sí y tienen una inquietante continuidad pese a mudar de personajes. Bajo las motivaciones de todos ellos parece esconderse la idea de que la hostilidad del entorno, la falta de expectativas vitales y la injusticia conducen irremediablemente al enfrentamiento y a la violencia como única alternativa eficaz. La violencia les persigue hasta acorralarlos y en ocasiones no queda si no abandonarse a los instintos primarios, obligados en ocasiones por otros y siempre con consecuencias terribles e irrevocables.

Dahai (Wu Jiang) lleva tiempo denunciando la corrupción del líder local y de un importante empresario minero. La venta de unas instalaciones debería haber repercutido en el pueblo pero en vez de ello el patrón se ha comprado un avión nuevo y un Maserati. Busca el apoyo de su comunidad pero es el único dispuesto a sacar los hechos a la luz. Su espíritu sindical y justiciero choca con la pasividad de sus vecinos, que incluso comenzarán a burlarse de él con un hiriente mote después de recibir una paliza de los sicarios del propietario de la compañía. Asfixiado por la injusticia y sobrepasado por los acontecimientos toma una escopeta y decide tomarse la justicia por su mano (en un relato que evoca irremediablemente al inolvidable Michael Douglas de Un día de furia).

Zhou San (Baoqiang Wang) es un misterioso y callado viajero asaltado en plena carretera por unos ladrones. Se muestra tranquilo ante la emboscada y los mata a tiro de pistola a sangre fría. Se trata de un hombre al que la vida parece asquearle. No muestra especial consideración por sus allegados y recorre el país dedicándose a turbios negocios. Su relación con la violencia es de pura seducción por el uso de las armas. Sus actos no parecen esconder ninguna justificación moral, sino puro envilecimiento y avaricia. Su aspecto es desaliñado y sucio. La escena en la que roba a una pareja pudiente recién salida del banco avasalla nuestra conciencia.
Xiao Hui (Lanshan Luo) huye de su trabajo después de provocar un accidente laboral que le cuesta un dedo a uno de sus compañeros. Injustamente el patrón le obliga a hacerse cargo de los gastos médicos y a pagar el sueldo de su colega mientras esté de bajo. Él recurre a sus amistades para encontrar nuevos trabajos, en primer lugar una ocupación en un club de noche donde los ricos, llamados distinguidos clientes, satisfacen sus fantasías sexuales con muchachas jóvenes que parecen ya acostumbradas a esta situación, como algo normalizado en el ciclo de la vida. Xiao Hui irá cambiando de ocupación conforme sus expectativas vitales vayan siendo defraudadas. Finalmente deberá enfrentarse al chico que dejó impedido, a la decepción familiar y a sus propios demonios derivados de una vida infeliz.
Xiao Yu (Tao Zhao) pone sobre la mesa un ultimátum a su amante. Deberá dejar a su mujer o su relación habrá acabado. Ella se gana la vida en una sauna nocturna como recepcionista. Muchas de sus compañeras son prostitutas que encadenan una existencia de contactos carnales y somnolencia. Un día es agredida por la mujer de uno de los clientes y pocas noches después intimidada por una pareja de mafiosos que se enriquece a base de peajes ilegales en las carreteras. Ellos quieren obligarla a acostarse con ellos a cambio de dinero pese a que ella insiste en que no es una prostituta, pero uno de los hombres la agrede literalmente a billetazos, incapaz de asumir que hay gente que no está dispuesta a vender su dignidad. Xiao Yu responderá violentamente a la ofensa, la gota que colma el vaso de su frustración personal.
Un toque de violencia es una bofetada de sensaciones, explícita, directa, radiografía de un país lleno de contrastes, injusticias, corrupción y frustraciones personales derivadas en muchas ocasiones de la pobreza y en otras de un desequilibrio emocional causado por tendencias sociales que nos deshumanizan. Una prostituta jugueteando ridículamente con una tableta digital nos hace preguntarnos en qué se ha convertido este mundo loco donde unos viven angustiados tan solo para estar al día mientras otros aceptan empleos miserables para satisfacer las necesidades impuestas por el mundo moderno.
Es una película inquietante, brillante, a veces desagradable, muy realista, incapaz de dejar sin reacción al espectador (ganadora del premio al mejor guión de Cannes 2013 para su director Zhangke Jia). En mi caso, me hizo reflexionar no sólo sobre las abominables consecuencias de la ira. Me hizo pensar también que ante un acto de violencia extrema, la violencia injusta de matones o de personas que se valen de las circunstancias o de su fuerza superior, nos desagrada y nos intimida pero no nos sorprende en exceso. Sin embargo, cuando personas inocentes o con la razón de su parte optan por la agresión y se dejan llevar por sus instintos nos vemos sorprendidos, como si pensáramos que sólo personas viles y criminales tuvieran el monopolio de la violencia y las personas corrientes y pacíficas no tuviéramos la opción de recurrir a la fuerza para defendernos. En el fondo, la violencia de los ciudadanos de bien nos parece un punto más censurable que la de las personas injustas, o al menos más inapropiada.

Uno se pregunta si situaciones tan aparentemente aleatorias y extremas son un reflejo de la realidad china y sólo hace falta un vistazo a la prensa para confirmarlo. «Decenas de muertos y heridos en un ataque con cuchillos en Xinjiang», en un incidente debido a cuestiones religiosas. «El exministro chino de Seguridad, investigado por corrupción», después de décadas tu mangoneo en un país lleno de pobres. Son titulares que hoy mismo podemos encontrar en los medios de comunicación. Un toque de violencia es un impactante reflejo de una sociedad donde la vida se ha devaluado y pese a que vivamos la ilusión de transitar en un mundo civilizado, la sangre y la violencia están ahí constantemente como un poblador más de una realidad inestable.

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