jueves, marzo 28, 2024

‘Cisne negro’: Una experiencia sensorial sobre el deseo, el dolor, la ambición y la dualidad humana

Las críticas de Carlos Cuesta: Cisne negro

 

Hay películas que se contemplan con la mirada pero se viven con el estómago. Darren Aronofsky firma con Cisne Negro su mayor acierto,con una película visceral, aterradora, inquietante y casi enfermiza sobre el riesgo del éxito, el veneno de la ambición y la pérdida de la inocencia.
Nina Sayers (Natalie Portman) es una bailarina de ballet tímida, perfeccionista y sobreprotegida que afronta la posibilidad de interpretar los papeles principales en una nueva versión de El lago de los cisnes, la última oportunidad de una compañía en horas bajas de remontar el vuelo. Su carácter y su técnica depurada la hacen perfecta para el papel de reina cisne Odett, pero interpretar al cisne negro Odile le exigirá recurrir a instintos que mantiene reprimidos y liberar una personalidad acobardada por la actitud de una madre obsesiva.
El director de la compañía (Vincent Casell) empujará a Nina a forzar los límites de su cuerpo y de su mente.  El deseo de triunfar y la presión por alcanzar la perfección sumergirán a la bailarina en la paranoia y la inducirán a una transformación personal extrema que le dificultará distinguir dónde acaba ella y donde empieza el alter ego oscuro en el que se está convirtiendo.

Sobrecogedora película que fuerza los límites, al igual que sus personajes, y nos ofrece desde el primer momento el éxito traducido como un meticuloso, áspero y doloroso ejercicio de disciplina. Una producción totalmente sensorial que crea la ambientación necesaria a través de una banda sonora magistral, un sonido petrificador, y una realización visual tan poderosa que introduce en nuestras entrañas sensaciones tan físicas y abrumadoras que llegan a sustituir a los sentidos que el cine no pueden darnos.
A ello hay que sumarle el intachable trabajo de Natalie Portman que nos ofrece una amplitud de rostros desde la satisfacción al terror, pasando por la angustia, el desafío, el orgasmo, la desilusión y la impotencia. Junto a ella una fabulosa elección la de Vicent Casell como director de la compañía, un hombre portentoso, ambicioso y en cierto modo cruel.
A la zaga pero destacando por su resultado, Barbara Hersey (Un día de furia) en el papel de la madre de la bailarina y Mila Kunis (El libro de Eli), como sustituta de la protagonista. Ambas tendrán dos papeles trascendentales. La primera, como responsable indirecta del desequilibrio emocional de la protagonista. Es fundamental la forma en la que la historia nos cuenta que entre madre e hija hay una tensa relación basada en la privación y la sobreprotección sin llegar a mencionarlo expresamente, mientras pasa de puntillas por muchos otros aspectos inconscientes. Hay algo siniestro y opresivo en ese hogar, pero no terminamos de saber qué. Sensación que encuentra su mayor exponente en el cuarto de la madre, donde encontramos un ambiente perturbador plasmado en un sinfín de retratos de la hija colgados en la pared.
Por otro lado la bailarina sustituta, de quien Nina comenzará a sospechar. Ella tiene la malicia y la desenvoltura que ella necesita para ser Odile, y de ella los tomará. El desgaste de imaginarse en la piel de una mujer malvada, seductora, pasional y libre llegarán a cristalizar en sueños y visiones que no sabrá distinguir de la realidad. Una transformación palpable en el personaje gracias al esfuerzo gestual de la actriz.
Cisne negro arranca con un buen trecho ganado puesto que parte con la base de la fabulosa historia de El lago de los cisnes y la insuperable música creada por Tchaikovsky (y adaptada por Clint Mansell, responsable de la impresionante pieza Lux Aeterna utilizada en Requiem por un sueño y también de composiciones que son una acertada constante en las películas de Aronofsky). Sin embargo, extraer de este ballet una visión tan oscura y tenebrosa es sublime.
Hablamos de una película muy contrastada porque nos ofrece la belleza del ballet, su delicadeza y su vigor, y la entrecruza con escenas dolorosas y francamente desagradables donde las cicatrices de la mente se somatizan por parte de los personajes y se nos ofrecen con crudeza en escenas que se detienen justo un dedo antes del mal gusto intolerable.  Por otro lado, la película se vale del recurso clásico del espejo para representar la dualidad humana, pues se nos ofrece de forma simultánea lo que podríamos ser, lo que ya no podremos ser e incluso lo que no debemos llegar a ser.
Darren Aronofsky ha vuelto a deslumbrar, con una película que me ha sobrecogido y abrumado y que difícilmente podré volver a ver una vez más como me ocurrio con Requiem por un sueño. Tras ver la película no tomaría en consideración las críticas lanzados contra Natalie Portman acerca de las escenas que realmente ha bailado o no. La magistral puesta en escena del cisne negro (apoyado por caracterización oscura y soberbia) sólo puede ser fruto de la colaboración de una increíble actriz con una fabulosa bailarina. El resultado conmueve y desgarra y seguramente logrará algo más valioso que un Oscar: la inmortalidad que el tiempo otorga a las escenas que transforman el artificio en realidad y que traducen a lo físico el etéreo sentimiento de dolorosa perfección.

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